2024-05-23 16:38:19
Con la realización en 2015 de ‘Mad Max: Furia en la carretera’, George Miller decidió darle una nueva vuelta de tuerca a su hosco y atávico personaje de un mundo distópico, protagonista de tres cintas de violencia salvaje que le habían coronado como el más exitoso de los cineastas australianos y un realizador dotadísimo para los relatos de acción trepidante. Miller tuvo la excelente idea de, por primera vez en el ecosistema masculinizado de la saga, crear una antagonista femenina con suficiente fuerza y empaque para restarle protagonismo a Mad Max.
El personaje en cuestión fue bautizado con el nombre mítico de Furiosa y lo encarnó una Charlize Theron también perfectamente dotada para los filmes de acción. Furiosa es hábil, resolutiva, solidaria, violenta cuando es necesario, feminista en un mundo desolado y tiene fuste de líder.
Se enfrenta al totémico señor de la guerra Immortan Joe, conduce mejor que nadie por el desierto los estrambóticos vehículos y camiones cisterna, lleva el cabello cortado casi al cero y une fuerzas con Mad Max siendo siempre más proactiva que el mismo y hierático héroe masculino. Una imagen femenina potente –según los códigos del cine fantástico y de acción– y sin duda tan furiosa como su nombre.
Pero antes de la aparición de Furiosa, el nuevo Mad Max encarnado por Tom Hardy y los experimentos cromáticos de Miller –quien un año después del estreno del filme lanzó al mercado una apabullante versión en blanco y negro, la edición ‘black & chrome’–, las cosas habían sido bien distintas, sin presencias femeninas muy destacadas en lo más representativo de la producción australiana virada hacia el terror y lo fantástico.
Andaba agitado el cine australiano en la década de los 70, antes de que el notable éxito de sus principales oficiantes abortara la posibilidad de una verdadera industria, ya que Hollywood, siempre presto a cazar en países y cinematografías ajenas, se los llevó a todos (George Miller, Peter Weir, Mel Gibson, Richard Franklin) hacia sus fastuosos estudios.
En lo que más descollaba el cine australiano de aquella época era en el cine fantástico y de terror, con títulos menores –‘Patrick’, ‘Juegos de carretera’, ‘Los coches que devoraron Paris’, ‘Largo fin de semana’, ‘Peligro… reacción en cadena’– y logros mayores, ya fuera en el fantástico abstracto y sugerido –‘Picnic en Hanging Rock’ y ‘La última ola’, ambas de Weir– o en la fantasía postapocalíptica, cuando esta variante aún no estaba tan codificada y cosificada. Es el caso de ‘Mad Max. Salvajes de autopista’ (1979), una producción hasta cierto punto barata, aunque escenográficamente muy imaginativa, dirigida por Miller y protagonizada por Gibson, un actor estadounidense de raíces irlandesas que llevaba años buscándose la vida en Australia y que ofrecería un registro bien distinto en las dos últimas películas australianas de Weir, ‘Gallipoli’ y ‘El año que vivimos peligrosamente’.
Eran tan felices aquellos tiempos en las Fantípodas –ingenioso término acuñado por los responsables del Festival de Sitges cuando en 2002 dedicaron un ciclo al cine fantástico australiano y neozelandés– que directores de otros países rodaban allí sus mejores películas: ‘Despertar en el infierno’ del canadiense-británico Ted Kotcheff –considerada por el autóctono Nick Cave como el filme australiano más terrorífico de todos los tiempos– o ‘Walkabout’ del británico Nicolas Roeg, relato que explora, como ‘La última ola’, las tradiciones culturales de los aborígenes condenados a la extinción.
Hasta hubo un actor indígena australiano que tuvo cierto alcance internacional, David Gulpilil, protagonista de estos dos filmes así como secundario en ‘Cocodrilo Dundee’, pero esta comedia aventurera de 1986 ya representa una cosa bien distinta para el cine australiano.
Hasta aquí bastante masculinidad con la excepción de ‘Picnic en Hanging Rock’, filme de 1976 centrado en la misteriosa desaparición de tres alumnas y una profesora en la montaña que da título a la película y en el efecto que causa en el resto de sus compañeras, entre la inquietud por la pérdida y la sensualidad propia del despertar a la adolescencia.
Las tres películas consagradas por Miller-Gibson a su muy rentable personaje –‘Mad Max. Salvajes de autopista’, ‘Mad Max 2. El guerrero de la carretera’ (1981) y ‘Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno’ (1983) – tenían al guerrero solitario como protagonista absoluto. Solo destaca un poco, en ese mundo bárbaro, sin combustible ni agua, filmado en las planicies y desiertos australianos, la despiadada gobernanta de la ciudad del tercer título que interpretó Tina Turner.
Pero cuando Miller volvió al personaje en 2015, no solo hizo un brillante ‘reboot’, sino que repartió equitativamente el protagonismo con un personaje femenino, enigmático, casi mitológico o digno de una mitología propia. Al final de ‘Mad Max: Furia en la carretera’ la sensación generalizara era de querer saber más sobre Furiosa, quién era exactamente, de dónde procedía, como había acabado en la ciudadela de Immortan Joe y sus deformes vástagos.
‘Furiosa: De la saga Mad Max’ responde a todas esas cuestiones de forma muy coherente. Además de estar a la altura visual del filme precedente, esta curiosa mezcla de precuela y ‘spin-off’ construye minuciosamente el personaje y explica su crecimiento desde que es secuestrada de niña por Dementus, el pirata de las carreteras interpretado por un irreconocible Chris Hemsworth, hasta que alcanza una rebelde madurez con las facciones de Anya Taylor-Joy.
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La protagonista de la serie ‘Gambito de dama’ no responde, por físico, al canon de las heroínas masculinizadas del género, y ahí, en su elección, alejada del tópico físico, reside también la fuerza del personaje y de la película, su singular sintaxis entre superviviente de un mundo deshumanizado y feminismo activo e inmutable dentro de los márgenes del cine de acción espectacular.
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