Mot-clé : Change, rédemption, toreo.
Localisation : San Juan de Aznalfarache (Betania,maison de retraite spirituelle),Maestranza de Séville,Los Palacios y Villafranca,Pérou.
Dates : 1987 (naissance), il y a deux ans (premier retrait à Betania), le week-end de l’entretien, dimanche dernier (corrida à la Maestranza), 2025-05-24 (date de l’article).
Image : Pepe Moral coupant une oreille à la Maestranza (non fournie dans le texte).
2025-05-24 08:23:00
La historia de Pepe Moral (Los Palacios y Villafranca, 1987) es la del hombre derrotado y, en consecuencia, el torero fracasado que cuando más soplaba el viento a su favor perdió las riendas de su vida por una especie de adicción «a la vida nocturna … y las malas influencias». De torear en todas las ferias a quedarse sin casa y completamente arruinado. «Llegué a pensar que si mañana se acababa la vida, me quedaba en paz». Un amigo, de los últimos que le quedaban, lo encontró en un bar y se lo llevó al sitio que le terminaría cambiando la vida: Betania, una casa de ejercicios y retiros espirituales que está dirigida por las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Ahí, bajo el imponente monumento al Sagrado Corazón de Jesús de San Juan de Aznalfarache, encontró a Dios. «Aquí aprendí que la culpa de todo lo que nos pasa en la vida es de nosotros mismos». Se cumplían dos años exactos de esa transformación cuando el pasado domingo, después de una inesperada llamada de Ramón Valencia en la que le ofrecía la última oportunidad de su carrera, volvió a vestirse de torero en la Maestranza. Lo demás ya es conocido: dos orejas a la miurada y salida sobre los hombros de la gloria.
–Háblenos de este sitio.
–Estamos en una casa de ejercicios espirituales en San Juan de Aznalfarache. Aquí realicé hace ahora dos años mi primer retiro. Se llamaba el Camino de Emaús. Me cambió la vida.
–¿Por qué le cambió la vida?
–Estaba en un declive emocional, no me encontraba a gusto y empecé a tener bastantes problemas personales. Todo se me hundía. Un amigo me trajo a pasar un fin de semana y a raíz de aquello empecé a ver la vida de una manera totalmente diferente.
–Entiendo que al principio no vino muy convencido.
–Le dije que sí, pero estaba convencido de que no iba a venir. Incluso me quedé tomando cervezas. Tuvo que venir él a recogerme a Los Palacios porque sabía que no iba a aparecer.
–¿Y qué se encontró aquí?
–Encontré a grandes personas, y a Dios. Yo ya era cristiano; pero prácticamente al estilo de los toreros, que solo pedimos y damos poco. La gente que aquí me encontré daba mucho más de lo que pedía. Fue un fin de semana inolvidable, aquello me cambió la vida. Encontré a Dios y desde entonces he estado mucho más cerca de Él. Cambió mi forma de pensar y de vivir.
Pepe Moral cortó dos orejas el pasado domingo en la Maestranza
Víctor Rodríguez
–¿Cómo es ahora su relación con la fe?
–Por ejemplo, rezo a diario. Antes nunca lo hacía, ni sabía rezar un rosario. Nunca había ido a estar en compañía de Dios sin nadie a mi lado. Ahora voy a adorar al Santísimo y a estar a su lado. Lo sigo haciendo y lo sigo sintiendo cerca mía.
–Y ese avance espiritual, ¿en qué ha cambiado su vida?
–En el camino de acercarme a Dios me di cuenta de que estaba fallando en muchas cosas de mi vida. Me fallaba principalmente a mí, pero también fallaba a mi familia, a mis amigos y a toda la gente que estaba a mi alrededor. Cuando las cosas no me funcionaban, lo que hacía era echarle la culpa a los demás. Aquí aprendí que la culpa de todo lo que nos pasa en la vida es de uno mismo. Decidí cambiar todos mis hábitos.
–¿Y su entorno? ¿Le dio la espalda?
–Es normal que las personas de tu alrededor se retiren de tu lado. Llega un momento en el que estás solo, aunque la familia más cercana siempre te apoya. Por muy mal que tú te portes, siempre están ahí. Hasta ese momento, a mí me costaba mucho decirles «te quiero». Tenía una coraza que me cubría todos esos sentimientos.
–¿Cuándo contó por primera vez sus problemas?
–Cuando fui a confesarme. Ahí me di cuenta de que estaba haciendo muchas cosas mal en vida.
–Habla de malos hábitos, ¿cuáles eran?
–No me cuidaba, me creía que era dios y que podía con todo. Salía por la noche y me bebía todas las copas del mundo, me portaba mal con las personas que me rodeaban, las usaba para mi beneficio… Así era mi mala vida. Al final, todo ese tipo de problemas vienen por algún problema de base, un problema interior, y lo que haces es refugiarte para no afrontarlo. Era una adicción a la vida nocturna y a esa mala influencia que es el demonio que todos tenemos ahí [gesticula como si el maligno estuviera sobre su hombro] y terminas creyendo que eres todopoderoso.
–¿El problema con la bebida terminó siendo una adicción?
–No, no creo que el problema fuera sólo beber. El problema era el conjunto de mi vida. Podía estar días sin beber, pero el problema seguía estando en mi cabeza. Hasta tal punto que no quería torear, siendo lo más bonito y lo que más amo en el mundo. No quería coger un capote ni una muleta. Me avergonzaba. Y me daba miedo todo eso que estaba pasando dentro de mí. Era como una montaña rusa cuando ya va en caída y parece que no tiene freno.

Pepe Moral muestra sus amuletos
Víctor Rodríguez
–Y desde aquel retiro, del que ahora se cumplen dos años, entre otras muchas cosas que han cambiado en su vida, ha dejado de beber.
–Fue un proceso de unos meses. Decidí poner una disciplina en mi vida, hacer deporte diario, rezar y estar cerca de Dios. Me puse contratos a mí mismo para cumplirlos. Siempre prometemos a otras personas. «Te prometo que no voy a mentir, te prometo que…». Pero nunca nos prometemos a nosotros mismos nada. Decidí que aquellos contratos eran la manera de no fallarme. ¿Por qué? Porque si somos capaces de fallarnos a nosotros mismos, cómo no vamos a fallar a otras personas.
–¿Y has incumplido alguno de esos contratos contigo?
–Ninguno.
–Hábleme de qué tipo eran esos contratos.
–El primero fue que todos los días de mi vida me iba a levantar y, tuvieras ganas o no, tenía que hacer deporte. Otro fue que tenía que pasar un momento durante el día rezando y cerca de Dios. También el de no beber más alcohol. El de no utilizar a las personas en mi beneficio o el de no fallar a mi familia y a mis amigos. Cuando llevas seis meses haciéndolo, tu vida empieza a ser sana. Todos esos objetivos los marqué para estar bien en mi interior y para poder hacer lo que más me gusta, que es torear.
–¿Cuándo se rehabilitó el torero?
–También me había puesto el contrato de torear de salón todos los días. De tanto buscar, terminé encontrando al Pepe Moral que con diez años empezó a querer ser torero. De ahí me fui a Perú y, las cosas del destino, terminé viviendo con un cura. Me llamó para torear una corrida benéfica para construir una catedral en su pueblo. Y unos meses después me llamó un apoderado de allí para ofrecerme una o dos corridas. Total, que llamé al padre Ricardo por si me podía acoger en su casa y me dijo que sí. Esos siete primeros meses fueron los que realmente me cambiaron.
–La dureza del toreo en aquellos territorios es extrema.
–Para mí no lo fue. Al revés, fue un camino de luz.
–Entiendo que a todo esto se unirían problemas económicos.
–Sí. Durante unos años me fue muy bien, pero llegó un momento en el que comenzaron a aparecer problemas. Me divorcié de la madre de mis hijos y comencé a refugiarme en la oscuridad y en la mala vida. Me vi sin dinero y sin casa. Tuve que volver con mis padres. Imagínate cómo estaría que por las noches lo veía todo tan oscuro que lo que quería era que todo se acabara y poder estar en paz. Me decía: «si mañana se acaba la vida, me quedo en paz».
–¿Habla de la muerte?
–No me quería morir, pero quería acostarme y no despertarme más. Necesitaba que todo se acabara.
–¿Desaparecieron las deudas?
–No, sigo con bastantes. Estoy intentando arreglarlo.
–Entiendo que tantos problemas fueron el motor para llegar a la Maestranza con tanta ‘hambre’.
–No me había preparado para torear en Sevilla, sino para solucionar mi vida. Son dos años exactos intentando tener un camino recto y una vida digna para estar en paz conmigo mismo. Hubiera sido igual toreando en Sevilla que buscando otro trabajo.
–Delante del miura se acordaría de aquella fatiga pasada.
–Un amigo mío me reenvío mientras me vestía de torero todos aquellos vídeos que yo le había mandado desde Perú de las carreteras tan malas por las que viajaba, las camas sucias de aquellos hoteles que son como cuadras… Y me dijo «acuérdate de todo lo que has sufrido este tiempo, estás preparado y sabes lo que tienes que hacer. Disfruta de tu día». Y claro que me acordé de todas aquellas decisiones de haber dejado de beber, de cuidarme, del deporte… Había hecho todo lo que se debe hacer para que Dios te ayude. Fui feliz.
–Y todo empezó a fluir desde que se fue a portagayola.
–Todo fluye mejor cuando te fijas en los aspectos positivos de los toros en lugar de los negativos. Al primero le vi mirada de bondad y pensé «si tiene bondad, voy a tratarlo con bondad». Y al segundo le vi movilidad, entendí que podía ser mejor. Y volví a confiar. Hay veces que se dice que a un torero le embisten todos los toros, y a lo mejor la clave está en que sólo ve cosas buenas en ellos y confía en hacérselas. Sí te digo que no busqué el aplauso fácil, sino sentirme torero y ser yo mismo.
–Después, conociendo lo que había en juego, le temblaría el pulso a la hora de armar la espada.
-No, nada. Estaba tan confiado de que lo iba a matar que ni pensé en que podría pincharlo. Ese pensamiento negativo lo había tenido durante toda mi carrera. ¿Qué me hubiera pasado si los pincho? Pues que no toreo más. ¿Y? Ya me hubiera buscado la vida de otra manera. Cuando iba en la furgoneta camino de la plaza le dije a mi amigo Fernando del Toro «gracias por acompañarme porque va a ser un día muy especial para mí. No sé lo que pasará, pero sí sé que este vestido no me lo voy a poner más porque o no vuelvo a torear o salgo por la Puerta del Príncipe y lo tengo que enmarcar».
–Hablando del vestido, fue muy comentado por su inspiración en el manto camaronero de la Macarena.
–Todo viene a raíz de Betania [casa de ejercicios espirituales donde realizó aquel trascendental retiro]. El amigo que me trajo aquí es Adrián Fernández Romero y él es muy macareno.
–Su amigo se ha metido en un pequeño lío porque su club [es presidente del Recreativo de Huelva] se jugaba esa tarde el descenso y él escogió ir a los toros.
–Ese día era el culmen de todo lo que había pasado durante estos años. Mi cambio es gracias a él. Le estaré eternamente agradecido.
–Y el triunfo, ¿cómo lo ha vivido?
–Con tranquilidad. Ha sido un día muy bonito, pero la vida sigue. Ya eso ha pasado y ahora tengo que seguir mirando hacia adelante.
–Mira hacia adelante, pero con qué objetivo.
–Pues a seguir cambiando mi vida. A seguir cumpliendo con esos contratos conmigo mismo y cumpliendo con lo que más amo en mi vida: el toreo.
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